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En verdad, nunca hubo en ningún pueblo legislador notable que no recurriera a la autoridad divina, pues de otro modo sus leyes no habrían sido aceptadas por el pueblo; porque hay muchas leyes buenas, cuya importancia conoce el legislador sagaz, pero cuyas razones no son suficientemente evidentes para permitirle persuadir a los demás a que se sometan a ellas; y por eso los hombres sabios, con el fin de eliminar esta dificultad, recurren a la autoridad divina.