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Los terapeutas freudianos escuchan mucho y persuaden muy poco, y ésa fue una de las razones por las que acabé renunciando a ser analista. Tenías que ser demasiado pasivo y no hablar, y no podías poner deberes a los clientes. Cuando aún era analista, escribí varios artículos criticando el psicoanálisis, pero los analistas no escuchaban mis objeciones. Así que finalmente dejé el psicoanálisis después de practicarlo durante seis años.