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El topo estaba hechizado, embelesado, fascinado. Por la orilla del río trotaba como trota uno, cuando es muy pequeño, al lado de un hombre que lo tiene embelesado con historias apasionantes; y cuando por fin se cansó, se sentó en la orilla, mientras el río seguía parloteando con él, una procesión balbuceante de las mejores historias del mundo, enviadas desde el corazón de la tierra para ser contadas por fin al insaciable mar.