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Nuestras historias no son para todo el mundo. Escucharlas es un privilegio, y siempre debemos preguntárnoslo antes de compartirlas: "¿Quién se ha ganado el derecho a escuchar mi historia?". Si tenemos una o dos personas en nuestras vidas que pueden sentarse con nosotros y dar cabida a nuestras historias de vergüenza, y amarnos por nuestros puntos fuertes y nuestras luchas, somos increíblemente afortunados. Si tenemos un amigo, o un pequeño grupo de amigos, o una familia que acepta nuestras imperfecciones, vulnerabilidades y poder, y nos llena de un sentimiento de pertenencia, somos increíblemente afortunados.