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Cuando nos apartamos de la realidad de lo que hacemos a los animales para nuestro placer gustativo, jugamos a fingir, como el niño que se tapa los ojos y cree que no se le ve. Y sin embargo, ahí sigue. Cerrar los ojos no hace que la violencia desaparezca; sólo cierra nuestras mentes y nuestros corazones y permite que la violencia continúe.