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Te sientas en Katz's, te comes el gran cuenco de pepinillos y el sándwich de pastrami, y a mitad de camino te dices: "Debería envolverlo y dejarlo para mañana". Pero el sándwich te está llamando: Recuerda el sabor que acabas de tener. Tan grasiento. Es lo que quieres. ¡Es lo que eres! Nunca he llegado a casa de Katz's con una bolsa para perros en la mano. Un sandwich de pastrami en Katz's es lo malo y lo bueno de la comida. Es lo sagrado y lo profano.