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Hacemos un flaco favor a los niños cuando asumimos que no pueden apreciar nada más allá de la comida de autoservicio y los alimentos precocinados para niños, nutricionalmente marginales. Nuestros hijos son capaces de consumir algo que haya crecido en un jardín o en un árbol y que nunca haya pasado por una freidora. Son capaces de cenar en un restaurante con manteles y sin equipo para trepar. Los niños merecen una alimentación de calidad.