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  • Creemos que protegiéndonos del sufrimiento estamos siendo amables con nosotros mismos. La verdad es que sólo nos volvemos más temerosos, más endurecidos y más alienados. Nos sentimos separados del todo. Esta separación se convierte en una prisión para nosotros, una prisión que nos limita a nuestras esperanzas y miedos personales, y a preocuparnos sólo por las personas más cercanas a nosotros. Curiosamente, si ante todo intentamos protegernos del malestar, sufrimos. Sin embargo, cuando no nos cerramos, cuando dejamos que nuestro corazón se rompa, descubrimos nuestro parentesco con todos los seres.