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La ironía es la siguiente: Nuestro cuerpo reacciona al estrés exactamente igual, tengamos o no una buena razón para estar estresados. Al cuerpo no le importa si tenemos razón o no. Incluso en esos momentos en los que nos sentimos perfectamente justificados para enfadarnos -cuando nos decimos a nosotros mismos que es la respuesta saludable- pagamos por ello igual