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Imagina que estás paseando por el bosque y ves a un perro pequeño sentado junto a un árbol. Cuando te acercas, de repente se abalanza sobre ti con los dientes enseñados. Te asustas y te enfadas. Pero entonces te das cuenta de que una de sus patas está atrapada en una trampa. Inmediatamente, tu estado de ánimo pasa de la rabia a la preocupación: ves que la agresividad del perro procede de un lugar de vulnerabilidad y dolor. Esto es aplicable a todos nosotros. Cuando nos comportamos de forma hiriente, es porque estamos atrapados en algún tipo de trampa. Cuanto más nos miremos a nosotros mismos y a los demás con los ojos de la sabiduría, más cultivaremos un corazón compasivo.