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La compasión surge naturalmente como el estremecimiento del corazón ante el dolor, nuestro y ajeno. La verdadera compasión no está limitada por la separatividad de la piedad, ni por el miedo a sentirse abrumado. Cuando descansamos en el gran corazón de la compasión, descubrimos la capacidad de dar testimonio de las penas y bellezas del mundo, de sufrir con ellas y de amarlas con nuestro corazón vulnerable.