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Solemos considerar la soledad como un enemigo. La angustia no es algo que elijamos invitar a entrar. Está inquieta, preñada y acalorada por el deseo de escapar y encontrar algo o a alguien que nos haga compañía. Cuando podemos descansar en el centro, empezamos a tener una relación no amenazadora con la soledad, una soledad relajante y refrescante que da la vuelta por completo a nuestros habituales patrones temerosos.